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Pero, para vivir esa experiencia tan intensa, necesito hacer una formación
intensiva, teórica y práctica. Me familiarizo con el equipamiento y aprendo a
manejarlo, aprendo la técnica, aprendo a respirar correctamente y a mover los brazos
y las piernas, tomo conciencia de los peligros que conlleva hacer buceo, peligros que
surgen como consecuencia de la presión y la temperatura del agua, por el nitrógeno,
por determinadas especies que habitan en el mar, por el propio cuerpo humano o
por un equipamiento en malas condiciones. Y aprendo a afrontar estos peligros.
El buceo es una actividad agotadora. Una inmersión para un principiante como
yo dura en promedio 45 minutos. Y es extenuante. Hay que gestionar la propia
fuerza, moverse y respirar con calma. Y tengo que seguir, practicar constantemente,
repetir procedimientos para mejorar, para hacer mi propia rutina y para descubrir
cada vez más cosas bajo el agua. Se necesita concentración, agudizar los sentidos y
tomar conciencia de los 360 grados que me rodean.
Al mismo tiempo, a veces tengo la sensación de estar aprendiendo cosas que en
realidad no me interesaban. Tengo que lidiar con procesos físicos y bioquímicos que
me resultan difíciles de entender. Tengo que hacer ejercicios de respiración en una
pileta de poca profundidad y eso puede aburrirme. Tengo que aprender algunas
cosas que me parecen irrelevantes. Pero, en realidad, todo esto es esencial para
la supervivencia. Aprender cosas que supuestamente son poco interesantes, pero
sirven para cuestiones esenciales de la vida y de la supervivencia.
Y tengo que atenerme a las reglas: revisar mi equipamiento con atención; no
tocar los corales y cosas por el estilo; observar la vida bajo el agua sin interferir;
nunca ir a bucear en soledad; no debo sumergirme mucho, ni salir a la superficie
demasiado rápido.
Y por último, y esto no se puede obviar, necesito coraje, porque a veces tengo
que superar mis propios miedos. Depender de una conexión entre mis pulmones
y un tanque de oxígeno requiere coraje. Adentrarse en las profundidades del mar
donde los colores van desapareciendo lentamente y todo se oscurece, requiere
coraje. Aceptar que hay toneladas de agua sobre mí, requiere coraje. La visión
limitada a través de las antiparras, la respiración limitada a través de la boquilla, la
comunicación limitada con mi compañero de inmersión... Todo eso requiere coraje.
El esfuerzo, el coraje, la perseverancia, las reglas, lo que tiene sentido y lo que
a primera vista parece no tener tanto sentido. Desde la Primaria hasta el día de
su graduación, todos ustedes lidiaron una y otra vez con estos sentimientos. Y no
se olviden de esto: no importa si empiezan algún tipo de formación o una carrera
universitaria, estas palabras seguirán teniendo un significado especial para ustedes.
Se necesitan conocimientos fundantes y compromiso para conocer y explorar las
cosas en su profundidad y variedad. Se necesita curiosidad y concentración para
seguir los caminos adecuados que los llevarán hasta ese lugar donde los detalles se
vuelven interesantes, donde los esperan las sorpresas, donde quieran detenerse y
arriesgarse a observar con más intensidad. Hace falta respirar hondo, tener paciencia
y el deseo de seguir adelante, de ser capaces de resolver preguntas y problemas que
no son tan fáciles pero que finalmente se logran desentramar. Y hace falta coraje
para enfrentarse al mundo, que no se vuelve más fácil, que siempre plantea nuevos
problemas y desafíos. Y así afrontar el futuro con confianza.
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