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tiempo que un interesante grado de flexibilidad. Adoptar la decisión de reorganizar las
secuencias del horario hizo evidente que, además de adaptar los procesos educativos,
tendríamos que adaptar varios instrumentos de gestión y de organización. Más tarde
entenderíamos que nada escaparía a las consecuencias de la cuarentena.
A estos pasos iniciales siguieron incontables sesiones de consulta y talleres
relámpago, el taller relámpago más emblemático fue el dedicado a la herramienta
de videoconferencias que más utilizaríamos en los meses posteriores. En otro
grupo de trabajo junto con la dirección general nos encontrábamos probando dos
plataformas de videollamadas: Meet, integrada en nuestro Gsuite, y Zoom. En aquel
entonces algunas de las funcionalidades de estas dos aplicaciones que hoy usamos
con naturalidad no se encontraban disponibles aún, así que optamos por recomendar
a los colegas el uso de Zoom, porque intuimos que la función de sala de espera y
breakout serían importantes para cubrir nuestras necesidades.
La incorporación de una herramienta de videoconferencias externa a nuestra
plataforma central impuso una nueva necesidad, calendarizar en forma sistemática
los encuentros sincrónicos con nuestros alumnos. Rápidamente vimos que Zoom nos
ofrecía la posibilidad de planificar los encuentros en su sitio web, pero necesitábamos
poder comunicar a los alumnos esas instancias, con fecha y horario preestablecidos.
Entonces sumamos el uso de calendarios compartidos, cada espacio virtual en
Classroom tiene asociado un calendario visible sólo a los alumnos participantes y cada
vez que un docente publica una tarea con fecha de entrega, gracias a la integración
de herramientas que ofrece Google, se crea un evento en el calendario de la clase con
toda la información asociada.
En pocas horas logramos poner en marcha una estructura cibernética sobre la
cual construiríamos todo el andamiaje escolar de los meses venideros. Classroom para
las clases virtuales (organización del grupo de alumnos, repositorio de contenidos
digitales, comunicación con notificaciones entre alumnos y con el docente, y una
larga lista de otras funcionalidades), Zoom para los encuentros sincrónicos con
videollamadas (salas de espera, grupos de trabajo reducidos, pantallas compartidas,
salas de chat y muchas otras funciones), calendarios compartidos para la organización
temporal de las distintas instancias y documentos compartidos en Drive.
Si hasta aquí, en las horas iniciales, habíamos logrado entretejer un ecosistema de
aplicaciones y plataformas, la tarea estaba lejos de estar completa; en las semanas
posteriores sumaríamos cada vez más y mejores herramientas digitales. Sitios web, REA
(recursos educativos abiertos), libros digitales, plataformas de programación (Python,
HTML, CSS y JavaScript), muros digitales (Padlet, Wakelet, Sutori), presentaciones
interactivas (Genially), matemáticas con Geogebra, dibujo 3D (Tinkercad y Sketchup),
imagen satelital con Google Earth, cuestionarios interactivos (Kahoot y Mentimeter).
Un listado exhaustivo sería muy extenso, cada colega docente ha aportado su
conocimiento y experiencia profesionales en esta construcción.
La escuela en sí es una tecnología, una tecnología muy potente que fue creada
en el siglo XVII, que luego se generalizó y universalizó en los siglos XIX y XX. Logró
efectivamente que muchas personas pudieran aprender lectoescritura, ciencias,
matemáticas y muchísimos otros saberes. Pero la revolución digital, pone en cuestión
algunos de los supuestos sobre los que se construyó aquella tecnología escolar,
supuestos que han sobrevivido al paso del tiempo hasta nuestros días. Hoy sabemos
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