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DE ESCUELAS VIRTUALES Y SUS DESAFÍOS


               Les propongo un ejercicio de rememoración, trasladémonos a un pasado en el que
            los tiempos y los espacios dedicados a aprender y a enseñar fueran más o menos fijos,
            más o menos estables. Un tiempo acompasado con intervalos y frecuencias idealmente
            diseñadas que imprimen la sensación de transcurrir. Un espacio de permanencia que
            establece determinados límites a los movimientos, compartimentando de alguna
            manera la forma de habitarlos. Un lugar público, en todo su sentido histórico, con
            tiempos y espacios de referencia para una función social intencional, primordial y que
            durante mucho tiempo fue también hegemónica, y lo llamamos “la escuela”.
               Y ahora hagamos consciente que ese tiempo pasado es tal vez unos pocos meses
            atrás, cuando nos vimos obligados a transformar la escuela conocida para garantizar
            estrategias de continuidad pedagógica en forma remota. Al inicio del cierre escolar
            en marzo, nadie imaginaba la magnitud del desafío que estábamos por afrontar, pero
            teníamos la certeza de que sólo trabajando en equipo podríamos avanzar hacia la
            meta.

               Organizar una escuela sin edificio no ha sido fácil y nadie, quien yo conozca,
            ha quedado eximido del enorme esfuerzo que esto representa. Ante la situación
            disruptiva del cierre de las escuelas, las incertidumbres se acumulaban por decenas,
            pero desde el inicio estaba claro que las tecnologías digitales serían herramientas
            estratégicas. Vimos inmediatamente que en 48 horas debíamos ser exitosos en
            articular un andamiaje cibernético que nos facilitara configurar numerosos espacios
            virtuales de enseñanza y aprendizaje, y poco tiempo después vislumbraríamos otros
            tantos, para otros procesos igualmente esenciales.  En aquellas 48 horas iniciales en
            marzo (desde que recibimos oficialmente la decisión de la suspensión de las clases
            presenciales, hasta que se efectivizara el inicio del trabajo remoto) la consigna de
            trabajo consistió en buscar el mejor equilibrio entre las necesidades (articular un
            andamiaje cibernético) y las capacidades.
               La consigna era clara, aprovechar al máximo nuestra plataforma Gsuite de
            Google como herramienta de creación, organización y distribución de contenidos
            digitales.  Contábamos  con  la plataforma  desde  hacía  varios años y  estábamos  ya
            habituados a utilizarla como nuestro “centro de comunicaciones”. Fue inmediata
            la  decisión  de  montar  allí  nuestra  estructura  inicial.  Comenzamos  con la tarea  en
            grupos de trabajo por departamentos, cada grupo de trabajo tuvo la misión de iniciar
            el esquema de clases virtuales en nuestra plataforma Gsuite de Google. Un breve
            repaso a las principales funciones de Google Classroom y en poco tiempo cada curso
            tuvo su espacio en cada asignatura. Contábamos con el alto grado de integración
            de Classroom con el resto de las herramientas de Google, documentos compartidos,
            notificaciones y correos electrónicos, calendarios y un simple pero funcional reporte
            de calificaciones y retroalimentación con comentarios.

               Al mismo tiempo que todos los miembros del cuerpo docente estaban abocados
            a crear las primeras clases virtuales, en otro equipo de trabajo junto con miembros
            de las direcciones, establecimos criterios de alternancia entre clases sincrónicas y
            actividades asincrónicas y elaboramos una estrategia para organizar esa alternancia a
            lo largo del tiempo. Entonces, en base al horario de clases presenciales, establecimos un
            cronograma semanal remoto que luego nos permitiría priorizar contenidos, al mismo

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