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Tal actitud trasciende a cualquier tarea en particular y puede ser tanto el modo de
             preparar una sencilla comida como la realización de una labor artística o científica de
             alta complejidad.”
               Desde  esta  mirada,  podemos  preguntarnos  entonces:  “¿es  la  exigencia  un  camino
             idóneo para alcanzar la excelencia?”
               "Si  nos  posicionáramos  en  la  búsqueda  del  alto  rendimiento  por  sobre  la
             retroalimentación, anularíamos el aprendizaje y el crecimiento.
               “Si los miembros de un equipo se llevan mal, están enemistados o albergan tensiones
             sin resolver, no pueden contar con la disposición hacia la excelencia en la tarea que
             realicen pues eso es lo primero que se pierde cuando sus miembros están insatisfechos.”
               Resulta evidente, entonces, que si la actitud hacia la excelencia no tiene el sustento
             del disfrute, el aprendizaje y el crecimiento, su fugacidad es inevitable.
               La  excelencia  no  es  hija  de  la  exigencia,  en  cambio  la  genuina  excelencia  es
             resultado de un estado de excelencia interior que significa relaciones internas armónicas,
             respetuosas y fértiles.
               Levy también afirma que “es curioso y lamentable que para estimular la excelencia
             suela apelarse, además de a la exigencia, a la competencia.
               Pareciera que aún no se confía en que el bienestar, la satisfacción y la alegría que
             la excelencia misma produce sean un estímulo lo suficientemente poderoso como para
             buscarla y encontrarla desde allí.”
               Un  antiguo  texto  del  budismo  zen  dice  al  respecto:  «El  maestro,  en  el  arte  de  la
             vida, no distingue mucho entre su trabajo y su juego, su mente y su cuerpo, su educación
             y  su  recreación,  su  amor  y  su  religión;  apenas  distingue  cuál  es  cuál.  Simplemente
             percibe su visión de la excelencia en todo lo que hace, dejando que otros decidan si
             él está jugando o trabajando. A sus propios ojos siempre está haciendo las dos cosas.»


               He podido observar con mucho placer que esta promoción, por el modo de actuar,
             ha logrado encontrar puntos de unión entre el placer y el trabajo.
               Sus hijos, realizaron el tradicional cierre del año en un clima festivo de verdadera
             celebración,  testimonio  vivo  del  vínculo  que  han  alimentado  durante  estos  años,  y
             manifestaron  ante  los  profesores  y  la  dirección  estar  muy  agradecidos  por  el  colegio
             que  eligieron  sus  padres  y  orgullosos  por  el  prestigio  que  el  mismo  tiene  ante  las
             universidades.
               Podría  transmitirles  muchas  expresiones  vertidas  por  ellos  que  revelan  un  espíritu
             crítico y una posición interesante por las comparaciones que realizan con amigos que
             asisten a otros colegios.
               Desde el respeto que los jóvenes me merecen, comparto con ustedes una vivencia
             que me transmitió uno de nuestros egresados al finalizar la exposición de su proyecto
             de investigación:
               Nuestro colegio te ofrece muchas cosas y es muy reconocido. En el encuentro puente
             que  se  hace  entre  los  exalumnos  y  los  alumnos  del  último  año  para  ampliar  la
             orientación vocacional, un exalumno nos contó la experiencia que vivió en su primera
             clase de la Universidad. Un profesor les pidió que quienes hablaran inglés, levantasen
             la mano. Muchas manos se vieron en alto. Luego hizo lo mismo respecto de francés.


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