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Durante mi etapa universitaria trabajé como formador y entrenador de equipos
              femeninos infantiles y juveniles de hockey sobre césped. Empecé en el Club Banco
              Provincia -donde además fui jugador desde que aprendí a caminar hasta los 28 años-
              y luego entrené equipos en el San Isidro Club (SIC) y Belgrano Athletic Club (BAC).
              También trabajé durante tres años como traductor de textos del alemán al español (de
              España) junto a otros dos amigos y compañeros del colegio, Franco Caviglia y Diego
              Menge, bajo la coordinación desde Köln de otro exalumno, Rodrigo López Klingenfuss.
              De manera superpuesta a esas actividades, en vacaciones hacía de guía de turismo y
              coordinador de grupos de turistas alemanes, austríacos y suizos que venían a viajar por
              Argentina con la empresa alemana Papaya Tours. Mi jefa allí también fue otra exalumna
              del colegio, Daniela Bartel. Estas últimas dos experiencias me permitieron mantener y
              mejorar mi alemán, conocer a mucha gente con la que todavía hoy sigo en contacto, y
              recorrer los lugares más lindos del país.
                 Una vez finalizada y entregada mi tesis, pegué un salto al vacío. Renuncié a todos los
              trabajos y dejé de jugar al hockey. Quería comenzar una etapa completamente nueva.
              Había ahorrado como para poder estar algunos meses sin ingresos, más allá de que
              tenía el apoyo y todavía el techo de mis padres. Al principio me costó un poco insertarme
              en el mundo de la comunicación. El lujo que me había dado al tener unos trabajos muy
              divertidos y algo extravagantes lo pagué en cada portazo al son de “ah, pero no tenés
              experiencia…” (en comunicación estrictamente). No me arrepentía y estaba tranquilo.
              A los pocos meses empecé a trabajar en una agencia de marketing digital y a los seis
              meses Ernesto Lamas me dio una oportunidad laboral que era difícil de creer.
                 Quien fue mi profesor y tutor de tesis pasó a ser mi jefe por seis años. Hacía menos
              de un año que se había creado la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación
              Audiovisual, organismo bajo la órbita del Congreso de la Nación orientado principalmente
              a defender a las audiencias de radio y televisión. Se trataba de una experiencia novedosa
              a nivel mundial que fue tomada como modelo en varios países. Ernesto era el director
              de la Dirección de Capacitación y Promoción, un espacio que fuimos construyendo para
              estudiar y participar activamente en el diseño, implementación, evaluación y gestión
              de  políticas  públicas de comunicación.  Primero  estuve  involucrado  en el desarrollo
              de las audiencias públicas que se realizaban en todo el país y después empecé a
              dar capacitaciones en radios comunitarias, campesinas e indígenas de Argentina.
              Nuevamente volví a viajar por todos lados, pero esta vez llegando a los rincones más
              remotos y recónditos que a veces ni figuraban en Google Maps. Con mis compañeros
              recorríamos provincias enteras hasta parajes sin energía eléctrica y sin ningún otro
              medio de comunicación que la radio FM: ni televisión, ni teléfono, ni celular, ni diarios,
              mucho menos internet. La radio en esos lugares es fundamental.
                 Conocí de cerca muchos de los casi 40 pueblos indígenas que hay en el territorio
              nacional. Una experiencia única y fascinante que me brindó un aprendizaje
              inconmensurable. Un choque cultural permanente, sobre todo con los pueblos que
              tienen el español como segunda lengua. En algunas ocasiones necesitábamos un
              intérprete al qom o al wichí, por ejemplo. A veces nos topábamos con otras lenguas,
              pero casi siempre con otras cosmovisiones: otras formas de ver, comprender y tratar
              la vida y la naturaleza. Los aterrizajes emocionales en Buenos Aires a veces me podían
              llevar una semana, y enseguida venía otro despegue. Estas vivencias además me
              permitieron dimensionar el abismo que existe -en todo sentido- entre las capitales y
              las zonas rurales, y entre la realidad y lo que no(s) cuentan los medios de comunicación.

                 Ese trabajo en la función pública era soñado, y aún más por poder compartirlo con


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