Caras y Caretas, Juan José – La República pintoresca de Belgrano
Belgrano nació del odio contra Rosas
En la fundación del pueblo de Belgrano tuvo su buena parte constructiva el odio contra Rosas. Entre los persas, cuando un sátrapa caía en el oprobio o en el desamor de sus conciudadanos, estos, ingenuamente, quemaban de raíz hasta el último recuerdo de su soberano. Sobre los escombros ponían un ladrillo que decía:
Aquí́ no nacen flores.
Cuando Rosas cayó, sus adversarios, para purificar las tierras agresivas del déspota, fundaron de inmediato poblaciones lustrales. Los campos donde hoy se encuentra el barrio de Belgrano, se conocían hasta 1852 con el nombre turbio de «Alfalfares de Rosas». Allí́ pacían en copiosas recuas los asnos y caballos cimarrones del Restaurador. Y de allí́ Rosas mandó sacar, para la construcción de su palacio de Palermo, «miles de carradas de tierra negra – como dice Jorge Luis Borges en su admirable «Evaristo Carriego» – traída de los «Alfalfares» para nivelar y abonar el suelo arcilloso, hasta que el barro de Palermo y la tierra ingrata se conformaran a su voluntad».
Caído Rosas, el gobierno de la liberación fundó en los «Alfalfares» el pueblo de Belgrano, primer barrio que se hizo en Buenos Aires por decreto oficial. Nació́, pues, de una ley del estado – 3 de agosto de 1857, – en la que se fijaron los límites de la población, «cuyo ejido – según el erudito historiador Manuel Bilbao – debía ser una legua a todo viento de la plaza principal, remontándose, previa tasación, los terrenos municipales y arrendándose los que no se vendiesen»
Los triunfadores se disputaron a precio de oro las parcelas de la tierra resista. Un furor sagrado dividió́ esa zona con premura de fiebre. Era necesario borrar con edificios, con calles y con luces la sombra del tirano… (En las barrancas hay una estatua de la Libertad).
Psicología de Belgrano
Belgrano ha sido también, desde hace muchos años, una república sentimental por la idiosincrasia de sus habitantes y por el amor patriótico que le guardan sus hijos.
– ¿De qué país es usted? – preguntaron a Jorge Newbery en la aduana de Londres para extenderle un pasaporte.
– De la República Pintoresca de Belgrano – repuso muy serio el heroico paladín de los aires. Nadie lo puso en duda.
En realidad, Belgrano puede considerarse la Capital de los deportes en la República Argentina. Es el barrio de la buena salud. Todos los niños, apenas nacen, ya se dedican en pañales a jugar al golf, al tenis y a las diversiones deportistas de origen inglés. Además, no hay chico de Belgrano que no conozca la historia universal de los caballos de carrera. Belgrano es el barrio que posee los niños más limpios, los carreristas más sabios y las calles más hermosas del mundo.
Diversos escritores de esta parroquia han hecho libros sobre su república; libros que irradian un reflejo fiel de su psicología. El malogrado Ricardo Tarnassi publicó dos tomos: «Belgrano de antaño» y «Recordar es vivir». El profesor Manuel G. Conforte acaba de editar su «Belgrano anecdótico». Félix Lima ha creado la literatura del Bajo Belgrano. Ponsatti es autor de otro libro. Son obras interesantes a través de cuyas páginas se advierte un intenso amor por el terruño. La existencia de esta barriada progresista se vincula a la vida de grandes personalidades del país que se destacaron en la política, en el arte, en la banca, en las letras y en el periodismo. Por lo demás, Laureano J. Oliver y Joaquín Sánchez hicieron de Belgrano el paraíso municipal que enorgullece a todos los vecinos.
– (¡Qué diferencia encuentra usted entre Buenas Aires y Belgrano? – preguntó un amigo al benemérito y tesonero periodista local don Enrique W, Burco’)
Comentario sobre Lavanderas en el bajo de Belgrano
El primer destino institucional de Lavanderas en el Bajo de Belgrano fue el Museo Histórico Nacional, donde permaneció desde 1893. La pintura figura en el catálogo inaugural del MNBA de 1896, por lo tanto debe haber sido solicitada para integrar la colección, para luego hacer efectiva su donación por Santiago Calzadilla sin fecha precisa. Calzadilla, amigo de Pueyrredón, es recordado tanto como el autor del libro de recuerdos Las beldades de mi tiempo como por ser el modelo del excelente retrato de Pueyrredón de 1859.
En esta pintura predomina el paisaje, aunque con la presencia de figuras. Jorge Romero Brest lo comprendió con claridad, al afirmar que es el paisaje en que ha logrado mayor unidad “pues se adivina una estructura fundamental, en la cual los elementos pintorescos –ombú, lavandera, animales- llevan la nota sentimental engastados en aquella.” Por otra parte es una composición compleja en donde el cielo, a diferencia de la mayoría de su obra, no es determinante en la organización de la composición. La “nota sentimental” es la figura materna con la batea con un lío de ropa en la cabeza y el niño montado en un burro que arrea al par de bueyes, acompañando por un perro. Los motivos costumbristas, sin embargo, están subsumidos en la estructura del paisaje, no tienen –a pesar del título- una relevancia visual como, por ejemplo, en Un alto en el campo de sólo cuatro años antes, o en otras pinturas donde se representa únicamente el tipo de la lavandera.
Las toscas del primer plano anuncian la proximidad del río, luego del cruce de caminos se levanta la barranca a la izquierda, con una casa en lo alto, y un frondoso ombú a la derecha ocupando todo el lado. A diferencia de otras obras, presenta mayor empaste, una paleta dominada por los verdes y los ocres. Pueyrredón podía transitar distintas variables del naturalismo, y lograr sutiles capturas de la luz natural en el paisaje, escapando como bien señaló Adolfo Ribera a un encasillamiento estético: desde los cánones académicos derivados del neoclasicismo a una pintura de mayor sensualidad plástica, con aspectos románticos, o como en este caso, en un naturalismo próximo a la pintura de paisajes francesa de la escuela de Barbizon.
por Roberto Amigo
Bibliografía
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